sábado, 30 de abril de 2016

La lluvia del tiempo

LA LLUVIA DEL TIEMPO

 

Para mí, es innegable el poder mágico de la lluvia. Su poder infinito arrasa toda la aridez de la tierra, y la llena de vida con el verdor de las plantas, que renacen como espíritus que permanecieron ignotos en una animación suspendida, vertiendo sus colores y su plena vida con el simple remojar apacible de las gotas puras de lluvia viva,  que las baña suavemente.
 Cuando los torrentes poderosos irrumpen en la calma de las calles de mi vieja Barranquilla, recuerdan, rabiosamente, toda esa vida verde que murió inmisericordemente bajos el peso inerte del concreto. Ese concreto que se tragó la arena de mi ciudad, y la convirtió en una orbe llena de edificios y castillos lujosos, acompañados pobremente de algunas tristes y famélicas palmeras híbridas y estériles,  sofocadas por los soles abrasadores de una canícula  insoportable.
¿Que fue de la sombra fresca y deliciosa de esos árboles impetuosos en frente de las casas?_ sucumbieron, quizás,  ante la voracidad troglodítica de las máquinas productoras de dinero, de las grandes constructoras, que reemplazaron el calor familiar de las mansiones por los sobrios y melancólicos cubículos  multifamiliares, en donde pulula la indiferencia y el abandono social. Ya no se cultiva la amistad entre las familias, como otrora fuera costumbre; con aquellas visitas intempestivas, y a veces inoportunas, pero que el cariño y el respeto hacían tolerables y gratas. 
El discurrir tranquilo y sosegado de los días fue cambiado por el tráfago imparable y febril de la angustiosa faena diaria, que como comodín patológico, es productor de todas nuestras enfermedades actuales, y que es llamado coloquialmente “Estres”.
La naturaleza ha tomado su turno de defenderse, y  no podíamos negarle el derecho a ello, y ahora, torvamente, como  oráculo escatológico, nos presenta fenómenos climáticos imponiendo su ley, haciéndonos recordar que fuimos posteriores a todo, como habitantes del mundo, y que sólo hemos usurpado trágicamente los bienes ambientales que nos fueron proporcionados, en pro de nuestro bienestar y enriquecimiento, sin medir las consecuencias. 
Pagaremos nuestro error con creces, y la lluvia con su ímpetu y poder, lavará inexorablemente hasta el último vestigio de los seres humanos y su mal vivir. ! Qué bien merecido lo tenemos!  Non audimus ea quae ab Natura monemur. (M.T. Cicerón)

 

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