LA LLUVIA DEL TIEMPO
Para mí, es innegable el poder mágico de la
lluvia. Su poder infinito arrasa toda la aridez de la
tierra, y la llena de vida con el verdor de las plantas, que renacen como espíritus
que permanecieron ignotos en una animación suspendida, vertiendo sus colores y su
plena vida con el simple remojar apacible de las gotas puras de lluvia viva, que las baña
suavemente.
Cuando los torrentes poderosos irrumpen en
la calma de las calles de mi vieja Barranquilla, recuerdan, rabiosamente, toda
esa vida verde que murió inmisericordemente bajos el peso inerte del concreto.
Ese concreto que se tragó la arena de mi ciudad, y la convirtió en una orbe
llena de edificios y castillos lujosos, acompañados pobremente de algunas
tristes y famélicas palmeras híbridas y estériles, sofocadas por los soles abrasadores de una canícula insoportable.
¿Que fue de la sombra fresca y deliciosa de esos
árboles impetuosos en frente de las casas?_ sucumbieron, quizás, ante la voracidad
troglodítica de las máquinas productoras de dinero, de las grandes constructoras,
que reemplazaron el calor familiar de las mansiones por los sobrios y
melancólicos cubículos multifamiliares, en donde pulula la indiferencia y
el abandono social. Ya no se cultiva la amistad entre las familias, como otrora fuera
costumbre; con aquellas visitas intempestivas, y a veces inoportunas, pero que
el cariño y el respeto hacían tolerables y gratas.
El discurrir tranquilo y
sosegado de los días fue cambiado por el tráfago imparable y febril de la
angustiosa faena diaria, que como comodín patológico, es productor de todas nuestras enfermedades actuales, y que es llamado coloquialmente “Estres”.
La naturaleza ha tomado su turno de defenderse, y no
podíamos negarle el derecho a ello, y ahora, torvamente, como oráculo escatológico, nos presenta fenómenos climáticos imponiendo su ley, haciéndonos recordar que fuimos
posteriores a todo, como habitantes del mundo, y que sólo hemos usurpado trágicamente
los bienes ambientales que nos fueron proporcionados, en pro de nuestro
bienestar y enriquecimiento, sin medir las consecuencias.
Pagaremos nuestro
error con creces, y la lluvia con su ímpetu y poder, lavará inexorablemente
hasta el último vestigio de los seres humanos y su mal vivir. ! Qué bien
merecido lo tenemos! Non
audimus ea quae ab Natura monemur. (M.T. Cicerón)