lunes, 11 de diciembre de 2017

MURIÓ EL CANTOR

Murió el Cantor, que en sus entrañas sensibles no soportó el incordio de los golpes insulsos y repetitivos de un tambor disonante. Su amor por la música se quedó estéril al no encontrar una tierra donde sembrar las semillas de sus poesías. Su lira no soportó el avasallamiento de los sonidos burdos de la modernidad, y no fue el alegre Son o la coqueta Cumbia, sino aquellos ritmos venidos de lejanías, que destaparon con sus letras, en la vulgaridad y el desmedro hilarante de la lascivia. Todo se ha ido al traste. Algunos ritmos sobreviven noctámbulos y taciturnos en los oscuros baches de nuestra urbe, pero sus seguidores son señalados de absurdos y anacrónicos, quizás de provectos. 

No vemos la forma sencilla de salir de este pantano inmenso de inspiraciones venéreas, pero no nos robarán lo soñado, porque dentro de nuestra alma, seguirán retumbando los acordes sonoros de los arpegios que arrullaron nuestras noches y acompañaron la vigilia de alborozada bohemia.
Llevaremos ese cantor infinito en nuestra alma henchida de sonora ilusión, hasta el día en que los ecos de nuestras últimas voces, y nuestros últimos compases, den el adiós estertóreo a los sonidos acallados que se fueron hacia el  infinito cielo del olvido sordomudo y de la indiferente ordinariez.